Opulencia y simplicidad definen Schiaparelli. La colección explora esta esencia que la define a través de la fuerza de cada uno de sus elementos fundadores, con ligereza y alegría. Esta temporada aparece una nueva pureza. La clave está en la división sin fin, llegando al núcleo y revelando la sensualidad y sutil exuberancia.
Los kimonos japoneses y hanfus chinos, que utilizaba la misma Elsa Schiaparelli, se hacen eco en las nuevas creaciones: esplendor con un corte riguroso. Sus tejidos, colores, estampados y texturas logran que casi se nos olvide su perfecta arquitectura geométrica. Formas gráficas pop y una fuerte feminidad toman prestada de Guy Bourdin y Jean Cocteau lo que la atrevida estética del lejano oriente parece ocultar. Los pequeños labios rojos de una Geisha evocan un vibrante corazón shocking pink. Jugar con imágenes tan expresivas permite que los símbolos de la casa tales como los corazones flechados, los candados y los soles tomen protagonismo.
Los colores ultrasaturados se alternan sutilmente con tonos delicados. Suponen un soplo de aire fresco, lleno de energía. Una nueva propuesta del vestido langosta muestra la esmerada labor de artesanía en las incrustaciones. Escamas doradas de jacquard bordadas con aplicaciones dan forma a una mini-capa de noche que evoca una concha con armadura samurai. Un sol escarlata calienta el plisado iridiscente de un lamé color noche. Una elegante organza se moldea en forma de pétalos para florecer en un vestido etéreo. La seda pintada a mano compone un drapeado alrededor del cuerpo como un sensual grabado japonés que cobra vida.
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